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El lugar del matrimonio

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EL LUGAR DEL MATRIMONIO

 

            El matrimonio es no sólo el principal bloque en que se edifica la sociedad, en general, y la Igle­sia, en particular, sino que ocupa un lugar clave en la vida humana.

            Génesis 2:24 presenta otros hechos importan­tes. Todo el que ha aconsejado de modo formal, pronto se da cuenta del hecho de que hay más problemas de familia y matrimonio que de cual­quier otra clase, juntos todos. Esto demuestra su lugar central en los asuntos humanos. También descubre, mirando de cerca, las grandes dificulta­des que aparecen cuando un hombre o una mujer ponen a otras cosas u otras personas en el lugar que Dios ha concedido a su cónyuge y a la fami­lia. Se nos dice que el hombre ha de «dejar» a su padre y a su madre y «unirse» a su esposa.

            Dios no puso a un padre o madre y un hijo en el jardín. Adán y Eva eran marido y mujer. Esto muestra que la relación humana primaria (la re­lación familiar) es el marido y la esposa. Es por esto que el hombre ha de dejar a su padre y a su madre, y unirse a su esposa. La primera relación es temporal y ha de interrumpirse; la segunda es permanente y no debe interrumpirse. El divorcio siempre resulta, pues, del pecado.

            No hay promesa de pacto hecha entre padres e hijos, como hay en el matrimonio, para cubrir el uno al otro las necesidades de compañía. Siempre que uno de los dos —padre o madre— y un hijo intentan hallarla allí, en vez de hallarla en el ma­trimonio en sí, aparecen dificultades.

            El hombre, en particular, es el que recibe la orden de «dejar»; no es que esto excluya a la es­posa (como si ésta no necesitara «dejar»), sino porque éste ha de ser ahora la cabeza de una nue­va unidad de hacer decisiones, que (como hemos visto) es llamada «casa»[1], «hogar» o «familia». Como tal, debe buscar y recibir consejo, pero no órdenes de su padre o madre. Siempre hay trage­dias potenciales cuando un marido pone a sus pa­dres sobre él mismo (negándose así la jefatura) o en lugar de su esposa (negándole así el primer lu­gar en su vida). Este último problema es especial­mente agudo cuando el hombre permite que tiren de él en dos direcciones dos mujeres (la esposa y la madre).[2] Siento la tentación de entrar en deta­lle en las implicaciones del «dejar» en todo el sen­tido del término (físico, mental, etc.), pero no pue­do hacerlo aquí. En las páginas citadas en la nota precedente ya lo he hecho.

            Cuando las esposas intentan vanamente lu­char contra la soledad sustituyendo al marido por los hijos (especialmente un hijo), o cuando los maridos intentan hacerlo enterrándose en los ne­gocios y ocupaciones, yerran gravemente. Un ma­rido y una esposa, bajo la autoridad de Dios, de­ben ponerse el uno al otro, ante todos los demás y ante todas las actividades. Sólo de esta forma pueden los hijos ser libres para dejar sin pensar en el corazón cuando llega el momento. Y el matri­monio crecerá y madurará.

            La relación entre padres e hijos se establece mediante el nacimiento (o la adopción); la rela­ción entre marido y mujer es por la promesa del pacto. Es posible que la sangre sea más espesa que el agua, pero no debe ser más espesa que la promesa. Este contraste entre la relación tempo­ral de padres-hijo y la permanente unión entre marido-esposa, una vez más, indica con gran fuer­za a lo único del matrimonio en los planes de Dios para los seres humanos.

Como la descripción del matrimonio se centra sobre la compañía por pacto, es evidente que es necesario cultivar el compañerismo.[3] Un matri­monio en el cual no hay compañerismo está abo­cado a la miseria o al divorcio. Todo lo que pone en peligro el compañerismo ha de ser evitado; todo lo que lo fomenta debe ser cultivado.[4]

 

***



[1] Ver, especialmente, los comentarios sobre este térmi­no en una nota al pie en el capítulo 1.

[2] Ver más sobre estos problemas en mi libro Vida cris­tiana en el hogar.

 

[3] Un buen libro sobre este tema, y la manera de hacerlo, es la obra de Wayne Mack, How to Develop Deep Untty m the Marriage Relationship (Phillipsburg, N. J.: Presbyterian and Reformed Publishing Co., 1978).

[4] La comunicación, por ejemplo, es esencial para el compañerismo. Ver Vida cristiana en el hogar, para hallar una plena discusión de este tema fundamental.

 


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