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En que consiste

2

¿EN QUE CONSISTE EL MATRIMONIO?

 

            Hemos dado un vistazo preliminar al origen e importancia del matrimonio y a algunas ideas fal­sas del matrimonio que había que aclarar. Hemos visto lo esencial que es el matrimonio a la socie­dad en general y a la Iglesia en particular. Pero de nuevo ahora hemos de hacer la pregunta: ¿Qué es el matrimonio?

            Nuestra respuesta a la pregunta establecerá un fundamento para la discusión del divorcio y el nuevo casamiento después del divorcio.

            Ya es hora que los cristianos tengan una idea tan clara como el agua de lo que Dios ha dicho so­bre este asunto. Ha habido mucha especulación, mucho filosofar y psicologizar en lugar de ello. No hay necesidad, no hay excusa; Dios ha habla­do claramente. Su palabra es tan explícita que no hay lugar para más especulación y dudas.

            La respuesta del mismo Dios a la pregunta se halla en Génesis 2:18: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.»

            En otras palabras, la razón del matrimonio es el resolver el problema de la soledad.

            El matrimonio fue establecido porque Adán estaba solo, y esto no era bueno. El compañeris­mo, la compañía, pues, es la esencia del matrimo­nio. Veremos que la Biblia habla de modo explíci­to del matrimonio como el pacto de compañía.

 

El matrimonio y la vida a solas o celibato

 

            La evaluación fundamental de la vida a solas es que «no es buena». Esto es lo que Él dice, y en esta palabra se halla la razón de la regla general, que «el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne» (Génesis 2:24).

            El pecado, sin embargo, ha deformado la so­ciedad y los seres humanos en cuanto a sus rela­ciones con Dios y entre sí, hasta el punto que al­gunos viven a solas, solteros, a pesar de esta regla y su provisión. Pero además, debido a la natura­leza de crisis de la vida, de vez en cuando traída por el pecado y debido a las demandas urgentes de la Iglesia de Dios en todos los tiempos para es­parcir las buenas nuevas y edificar a los cristia­nos débiles en la fe, Dios ha llamado a algunos a ser excepciones de su propia regla, y ha provisto para su necesidad de compañía, dándoles el don especial de llevar una vida de soltería (ver Mateo 19:11, 12; 1.a Corintios 7:7).

            Según Mateo 19:11, 12 y 1.a Corintios 7:7, hay personas a las cuales podríamos decir que Dios ha apartado para sí, para que lleven una vida de ce­libato por causa de su reino. Jesús habla más ple­namente de esto en Mateo 19:11, 12 que en cual­quier otro lugar. Después de la discusión sobre el divorcio (vv. 3-9) en la cual Jesús dice que la fornicación (el pecado sexual) es la única base permisible para el divorcio entre los creyentes, los discípulos comentan: «Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.»[1] Pensaban —es de suponer— que si el matrimonio ha de ser permanente, así sería mejor no correr el riesgo de casarse con una persona desacertada. Pero como respuesta Jesús dice: «No todos son ca­paces de comprender esta doctrina, sino aquellos a quienes ha sido dado» (v. 11). Queda claro por esta respuesta (así como por 1.a Corintios 7:7) que hay excepciones a la regla dada en Génesis 2:18, 24. Y como el don del celibato es un don de Dios, queda claro que Él ha hecho la excepción a su propia regla. Este don nunca se explica claramen­te en detalle, pero, sin duda, en él hay la «capaci­dad» de hallar una compañía de una clase dife­rente (nunca podría ser de la misma clase) fuera del matrimonio, en la obra especial del reino, a la que algunos son llamados. Esto parece implicado en el versículo 12: «Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron eunucos a sí mismos por causa del reino de los cielos.»

            La última parte de este versículo indica que estas personas célibes han recibido el don o capa­cidad de vivir vidas satisfactorias (no de soledad) como resultado (en una forma u otra) de una in­mersión profunda en la obra del Señor en formas que no son posibles a las personas casadas (ver 1 .a Corintios 7:32-34).

            Nótese la conclusión del versículo 12: «El que sea capaz de aceptar esto, que lo acepte.»[2] No deja opciones abiertas; Dios no da dones inútiles. Los que tienen el don del matrimonio (1.a Corin­tios 7:7) han de prepararse para el matrimonio y buscarlo. Los que tienen el don de seguir una vida de soltería, asimismo, se han de preparar para ella y seguirla. El primer grupo evita el matrimo­nio a propósito; el segundo, peca si lo contrae. Cada persona ha de averiguar, y luego ejercer, los dones y capacidades que vienen con ellos. No debe de haber quejas sobre la sabiduría de Dios al dispensarnos sus dones: Él lo hace todo bien.

            Antes de hacer otras preguntas o quejarse de que «Dios debe haberme pasado por alto», etc., uno ha de hacerse la pregunta básica: «¿Pertenez­co a aquellos a quienes Dios ha señalado para la soltería?» Cuando uno puede contestar sincera­mente esta pregunta de modo definitivo, no halla­rá necesidad de hacer las demás preguntas (y, sin duda, no tendrá causas para quejarse).

            La vida de soltería no es conforme a la regla establecida en Génesis 2:18; es excepcional. Pero precisamente porque constituye una excepción (que Dios mismo, por medio del don, ha hecho), debería ser especialmente reconocida en la Iglesia por lo que es. Los cristianos que son solteros no deberían ser mirados con desdén o descuidados por los casados (algo que ocurre con frecuencia). Más bien deberían ser honrados por los esfuerzos especiales que hacen en prosecución de tareas es­peciales del reino, a las cuales Dios los ha llama­do. Esto no quiere decir colocarles medallas, sino conferir honor a aquellos que se lo merecen. Des­pués de todo, Pablo era uno de éstos; no le mira­mos con desdén, ¿verdad?[3]

            Alguien puede preguntarse cómo pueden com­paginarse 1.a Corintios 7:8, 26 con Génesis 2:18. En este último versículo Moisés escribe: «No es bueno estar solo»; en el anterior, Pablo dice que «es bueno» quedarse como Él. ¿No hay contradic­ción entre los dos?

            No. La regla general de Génesis 2:18 se aplica a la mayoría, y (en general) siempre ha sido ver­dad. La excepción dada en l.a Corintios 7 (ade­más de la que hemos estudiado en Mateo 19) se aplica a circunstancias extraordinarias («a causa del agobio inminente», 1.a Corintios 7:26).[4] La re­gla general es verdadera para la mayoría.

            En muchos de las circunstancias. Pero puede ser puesta a un lado en tiempos de persecución. En un período de gran persecución, similar a la matanza de Nerón, que Pablo (un profeta) veía con antelación, este pasaje entra en vigor. Las dos cosas son «buenas» para personas diferentes en situaciones diferentes. (Naturalmente, ninguna excepción habría sido necesaria si Adán no hubiera pecado. La regla general fue enunciada antes de este pecado.)

            Pero incluso en tiempos de persecución, las personas que tienen dificultad en «abstenerse» no pecan si siguen la regla general y se casan (o dan sus hijos en casamiento; ver 1.a Corintios 7:27-31). Las personas señaladas para proseguir una vida de soltería en Mateo 19 tienen que hacerlo, no de­bido a una crisis inminente, sino debido a que hay tareas especiales que Dios les tiene prepara­das. Aquellos que han sido señalados para seguir una vida de soltería (si les es posible) en 1 .a Corin­tios 7 son aquellos que (en contraste), bajo otras condiciones, serían instados a casarse. En reali­dad, incluso las personas casadas deben abstener­se algo de lo que, por otra parte, son privilegios y actividades normales de la vida de matrimonio (1.a Corintios 7:29).

 

El pacto de compañía

 

            Vamos ahora a considerar en detalle lo que ya hemos visto que es la esencia del matrimonio: la compañía. Dios nos hizo a la mayoría de tal forma que nos sentiríamos solos sin una compañía ínti­ma con la cual poder vivir. Dios proporcionó a Adán una esposa, Eva, no sólo (o incluso de modo primario) como ayuda (aunque la ayuda es tam­bién una dimensión de la compañía), sino como una compañera. Adán, como todos los demás ma­ridos desde entonces (según veremos), tiene como deber proporcionarle compañía a la esposa.

            En la Biblia se describe el matrimonio en tér­minos de compañía. En Proverbios 2:17, por ejemplo, se nos dice que «la mujer extraña... abandona al compañero de su juventud, y se olvi­da del pacto de su Dios».[5] La palabra traducida como compañero en este versículo tiene en sí la idea de uno que «ha sido esticado (se usa al hablar de animales domados), o «uno que tiene una rela­ción íntima cercana con otro». Es difícil estable­cer una relación íntima con un animal salvaje, pero se puede estar en términos de cercanía con uno domesticado (o domado). El significado bási­co tiene que ver con una relación cercana, íntima. Y esto es exactamente lo que es la compañía en el matrimonio: una relación íntima entre el marido y la esposa. Las actitudes o acciones «salvajes» por parte de uno destruyen la compañía; las ac­ciones o actitudes «domesticadas» (cálidas, deseo­sas de estar juntos) la fomentan. La compañía o compañerismo, pues, por lo menos en parte) im­plica intimidad.

            El concepto de matrimonio como compañeris­mo aparece también en Malaquías 2:14, donde se usa un término diferente, pero muy complemen­tario: «Porque Jehová es testigo entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido des­leal, siendo ella tu compañera y la mujer de tu pacto.»

            Ahora bien, la palabra traducida aquí por «compañera» tiene la idea básica de unión o aso­ciación. Un compañero, pues, es uno con el cual se entra en una unión (o relación) íntima. Al poner los dos términos juntos llegamos a un sentido pleno de la idea de compañía. Un compañero es uno con el cual estamos íntimamente unidos en pen­samientos, objetivos, planes, esfuerzos (y en el caso del matrimonio, en cuerpos).

            Los dos pasajes juntos[6] dejan claro que, tanto para el marido como para la mujer, la compañía es el ideal. En Proverbios, el marido es llamado compañero (mostrando que él también proporcio­na compañía a la esposa); en Malaquías es la es­posa la que es designada con esta palabra. Para ambos, pues, la entrada en el matrimonio ha de significar el deseo de juntarse para cubrir la nece­sidad de compañía del otro. El amor en el matri­monio se centra en dar al cónyuge la compañía que necesita para eliminar la soledad.

            Estos hechos no han sido enseñados fielmente en la Iglesia, y deben ser afirmados repetidamen­te siempre que haya posibilidad de ser escucha­dos: en sermones, en grupos de recién casados, en reuniones de matrimonios de edad, de adolescen­te y de niños. Si hay una ignorancia tan funda­mental de las enseñanzas de Dios sobre el matri­monio, no es de extrañar que se entienda mal lo que Él dice sobre el divorcio y el nuevo matrimo­nio.

 

La promesa de matrimonio

 

            Hemos de dirigirnos ahora al importante asunto de la promesa o compromiso en la Biblia para casarse. Hoy, en nuestra cultura distinta, la mayoría de los cristianos no tienen idea de lo que era el compromiso bíblico y lo que implicaba. Las prácticas modernas no deben ser introducidas equivocadamente en los relatos bíblicos.

            Para nosotros la promesa o compromiso for­mal de casarse es un período de prueba. Muchos lo ven como un ir juntos, oficialmente, con alguna intención de casarse. No hay nada realmente obli­gatorio en ello. En la Biblia, por otra parte, el compromiso para casarse, o promesa para casar­se, era absolutamente obligatorio. En efecto, era el primer paso en el matrimonio. En el compro­miso se hacía el pacto matrimonial, y este com­promiso sólo podía quebrantarse por medio de la muerte o el divorcio (Deuteronomio 22:23; Mateo 1:16-24).

            Una persona comprometida que voluntaria­mente entraba en relaciones sexuales ilícitas con otra, no incurría en una multa, sino que (como en las relaciones adúlteras después del matrimonio) era apedreada (ver Deuteronomio 22:23; la mucha­cha comprometida es llamada la «desposada» del hombre con el cual está comprometida). Así pues, en contra del punto de vista de algunos, hay toda clase de razones bíblicas para referirse a las rela­ciones sexuales ilícitas durante el compromiso como adulterio simplemente.

            En contraste con una persona comprometida, el individuo soltero que entraba en relaciones se­xuales ilícitas sufría una pena menor (Deuteronomio 22:28, 29).[7]

            Por tanto, lo que hay que recordar es que los comprometidos recibían la misma pena que las personas casadas (ver Deuteronomio 22:22). No se hacía distinción alguna.

            La misma práctica que hallamos en Deutero­nomio 22:23, donde vemos que a los que están comprometidos se les llama desposados, ocurre de modo repetido en otras partes de las Escritu­ras, confirmando que la alta estima concedida al compromiso persistía (ver 2.° Samuel 3:14; Mateo 1:19). En este último pasaje[8] José es llamado «desposado», aun cuando se afirma de modo ex­plícito que no había habido unión sexual con Ma­ría (Mateo 1:25).

            Pueden ser útiles unos pocos comentarios adi­cionales sobre los sucesos registrados en Mateo. 1) Mateo nos dice que José había decidido «dar carta de divorcio» a María secretamente (v. 19). Probablemente para este tiempo el divorcio había llegado a sustituir el apedreamiento. Es posible que, bajo la ley romana, el castigo de esta ofensa por apedreamiento no fuera permitido. Algunos conjeturan, sin embargo, que el apedreamiento era usado raramente, si es que lo fue alguna vez (quizás esto estaba implicado en lo que Jesús lla­maba la «dureza de vuestros corazones»[9], que Él dijo influyó en Moisés). Los hechos referentes a esta sustitución (o cambio) no son claros. Pero como en este mismo versículo José es llamado «un varón justo» (lo cual indica, indudablemente, un elogio de la acción que tenía intención de rea­lizar), parece evidente que (por lo menos en aquella ocasión) Dios no miraba con aversión la susti­tución del apedreamiento por el divorcio, o bien —nótese bien— la idea del divorcio mismo en el caso de relaciones sexuales ilícitas. Este hecho in­teresante tiene implicaciones que se refieren a puntos que serán considerados más adelante.

            Pero, de momento, notemos que el matrimo­nio que empezaba con el compromiso (y requería un divorcio para ser anulado) no llevaba consigo una unión sexual (Mateo 1:25) y tenía que ser ter­minado por el divorcio.

            Todos estos hechos dejan bien claro que el ma­trimonio es fundamentalmente un arreglo con­tractual (llamado en Malaquías 2:14 «por pacto) y no una unión sexual. El matrimonio es una arre­glo formal (por pacto) entre dos personas para pa­sar a ser, el uno para el otro, compañeros para toda la vida. En el matrimonio hacen el contrato de impedir, el uno con respecto al otro, el quedar solos en tanto que vivan. Nuestras modernas ceremonias de casamiento deberían poner énfasis so­bre este punto mucho más de lo que lo ponen.

            No tenemos detalle alguno de las ceremonias del compromiso o del casamiento en la Biblia. Lo que más se aproxima al ritual o ceremonia del compromiso (o práctica que posiblemente prece­día a las ceremonias de compromiso) se halla en Rut y en Ezequiel. La práctica no es del todo cla­ra para nosotros, pero, en una forma u otra, im­plicaba el extender una prenda de vestir sobre la mujer que entraba en el compromiso (ver Rut 3:9, 10). En Ezequiel 16:8 leemos: «Y cuando pasé otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amo­res, extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice el Señor Jehová, y fuiste mía.»

            Aquí Dios se compromete con Israel exten­diendo su manto sobre ella, con lo que la pone bajo su cuidado protector.[10] El juramento del pac­to (o sea, los votos), puede referirse al compromi­so (o quizás a la ceremonia del casamiento más tarde.[11] En Oseas 2:19, 20, Dios habla de «despo­sarse» (o sea, el compromiso) con Israel «para siempre» y «en fidelidad». La naturaleza perma­nente del compromiso o desposorio (esponsales) se destaca en este pasaje. Cuando sigue diciendo: «Y conocerás a Jehová», se hace eco de la frase del pacto.

            No tenemos en la Biblia otras ceremonias rela­tivas al matrimonio. Lo que más se acerca a una ceremonia de casamiento aparece en el libro apó­crifo de Tobías. Pero ésta no tiene por qué ser típica, puesto que parece ser condensada, una versión acelerada de lo que se celebraba normal­mente. Hay excepciones, indudablemente.

            En el caso del matrimonio de muchas vírge­nes, el período de compromiso o desposorio dura­ba de nueve a doce meses. Para una viuda había sólo un período de tres meses de compromiso.[12] Pero, como Tobías (el hijo de Tobit) fue a buscar a su esposa a gran distancia, todo queda compri­mido. Esto es lo que leemos, sea cual sea su valor: «Entonces él llamó a su hija Sara, y tomán­dola de la mano la dio a Tobías para ser su esposa, diciendo: Aquí la tienes; tómala con­forme a la ley de Moisés, y llévala contigo a tu padre. Y los bendijo. Luego, llamó a su es­posa Edna, y tomando un pergamino escri­bió el contrato; y ellos pusieron su sello en él. Entonces empezaron a comer» (Tobías 7:13 y ss.).

¡Y esto duró los 14 días! (18:19).

            Nótense los elementos en la ceremonia de este casamiento (que no tenemos razones para consi­derar que fuera atípica):

 

1.      El padre «da» o «entrega» su hija, tomán­dola formalmente de la mano, a su yerno.

2.      Pronuncia verbalmente el hecho: «Aquí la tienes...»

3.      Los bendice a los dos.

4.      Él y su esposa redactan un contrato formal de matrimonio.

5.      Le dan validez con sus sellos.

6.      Hay festejos de boda públicos.

7.      «Escoltan a Tobías hasta ella» (8:1).

 

            Las ceremonias ordinarias eran probablemen­te muy similares. Hay una cosa que parece clara: la ceremonia del matrimonio incluía elementos formales, contractuales, que eran registrados. Y había una ceremonia pública. Aunque el proceso era simple, el lado contractual es prominente.[13]

            A lo largo de todo esto he venido refiriéndome al matrimonio como un contrato o arreglo por pacto. Quisiera decir unas palabras más sobre este punto antes de terminar este capítulo. He lla­mado al matrimonio (con buenas razones bíbli­cas) un Pacto de Compañía.

            Volviendo a Proverbios 2:17 y a Malaquías 2:14 (sin mencionar Ezequiel 16:8, 9, que he cita­do antes), nótese que el abandonar el compañero de la juventud de uno es paralelo a olvidar el pac­to de Dios (Proverbios 2:17). En la poesía hebrea este paralelismo sinónimo era usado para equipa­rar dos cosas, con miras a expresar dos aspectos diferentes de un tema. El abandonar al compañe­ro es lo mismo que el olvidar el pacto matrimo­nial.

            En Malaquías 2:14 aparece un concepto simi­lar. Aquí, Dios denuncia a los maridos que son in­fieles a sus compañeras. Estas compañeras son descritas más adelante como las que eran esposas por pacto. Así, en ambos pasajes en que se men­ciona de modo prominente la compañía, también se menciona el aspecto de pacto del matrimonio. Esto significa (como ya he indicado) que el matri­monio es un Pacto de Compañía.

            En este pacto las dos personas pactan no sólo procrear y criar hijos y satisfacer cada uno las ne­cesidades sexuales respectivas, etc.; estos objetivo son demasiado estrechos (aunque parte del objeti­vo mayor). Los dos se ponen de acuerdo (hacen voto; literalmente «juran», ver Oseas 2:19, 20; Ezequiel 16:8) en vivir juntos (Mateo 1:18) como compañeros a fin de eliminar o quitar la soledad del otro (esto incluye los dos factores menciona­dos antes, pero también muchos otros).

            Este pacto, como hemos visto, se hace en el momento del compromiso o desposorio (no por medio de la unión sexual, sino por medio de un contrato), pero los dos empiezan a cumplir todos los términos del pacto sólo después de la ceremo­nia de la boda o casamiento y de la celebración o festejos públicos, cuando empiezan factualmente a vivir juntos.

 

Otros factores

 

            He venido hablando de otros factores inclui­dos en la compañía. ¿Cuáles son? Génesis 2:18, 24 nos dice mucho. Las palabras ayuda idónea significan una ayuda apropiada, y es la traducción de una palabra hebrea que lleva consigo la idea de «aproximarse a, acercarse». Po­dríamos hablar de Eva, de modo apropiado, como la otra mitad que en la unión por pacto del matri­monio hace el conjunto completo. Esta otra mitad se acerca a Adán en este punto.

            Como su contrapartida, la mujer completa o rellena la vida del hombre, haciendo de él una persona mayor de lo que habría sido de seguir solo, trayendo al marco de su vida un dimensión femenina nueva desde la cual contemplar la vida en una forma que no habría podido conocer de otro modo. Además, él también aporta a su espo­sa una perspectiva masculina que amplía la vida de ella, haciéndola más plena, una persona más completa de lo que habría podido ser aparte de él. Esta unión matrimonial por pacto resuelve el pro­blema de la soledad, no meramente llenando un vacío, sino llenándolo a rebosar. Hay más que la mera presencia implicada aquí. La soledad del ser meramente masculino o femenino también queda cubierta o satisfecha.

            Ayudar, la idea del versículo, es otro aspecto de la compañía o compañerismo. Los dos están unidos, son compañeros en el esfuerzo (véase la orientación de la mujer hacia la obra del marido en Proverbios 31). Algunos de los goces más ricos de la compañía proceden del hecho de trabajar juntos los dos esposos, uno al lado del otro. Haga lo que uno haga, necesita una ayuda interesada a su lado. En último término, los dos trabajan jun­tos para el Señor (éste es el factor unificador fun­damental en el matrimonio: se casan «en el Señor») cualesquiera sean las tareas específicas a mano en un momento dado. Hay alguien con quien él (ella) puede discutir las cosas, alguien de quien recibir consejo, alguien a quien cuidar, con quien compartir goces, perplejidades, ideas, te­mores, penas y desengaños: una ayuda. ¡Un com­pañero o compañera matrimonial es alguien con quien uno puede sentirse en plena confianza!

            Este hecho aparece más plenamente en Géne­sis 2:24, 25, en que se describe el matrimonio como un unirse (adherirse) en que el hombre y su esposa pasan a ser «una carne», y que podrán es­tar el uno frente al otro desnudos sin avergon­zarse.

            La frase «una carne» necesita ser explicada, porque puede dar lugar a malentendidos. No se refiere de modo primario a la unión sexual (aun­que ésta va incluida). La expresión «carne» tam­bién tenía en hebreo el significado de ser, persona (como podemos ver fácilmente en Génesis 6:17; 7:22, 23; 8:21). Cuando Dios habla de destruir toda carne no significa carne en oposición a hue­sos. Significa «destruir toda persona». Cuando Joel (citado también en Hechos 2, por Pedro, en Pentecostés) dice que Dios derramará su Espíritu sobre «toda carne», de nuevo en lo que piensa es en toda clase de persona (judío, gentil, viejo, joven, hombre, mujer). Así, aquí, en Génesis 2:24, el pasar a ser «una carne» significa pasar a ser una sola persona.

            La unión matrimonial es la más íntima, más próxima de todas las relaciones humanas. Dos personas empiezan a pensar, obrar y sentir como una sola. Son capaces de ínter penetrarse en sus vidas para pasar a ser una, una unidad funcional. Pablo, citando este versículo en Efesios 5:28-31, dice que la relación ha de ser tan íntima que todo lo que el hombre hace (bueno o malo) para su es­posa, se lo hace a sí mismo, puesto que los dos han pasado a ser una carne (persona).

            Incluso en 1.a Corintios 6, donde, al principio, uno podría pensar en el uso del versículo como confirmación del aspecto sexual del matrimonio, una lectura más cuidadosa muestra otra cosa. Pa­blo distingue tres clases de uniones:

 

1)      Un cuerpo (v. 16): la relación sexual con una prostituta = una unión cercana.

2)      Una carne (v. 16): la unión matrimonial = = una unión más cercana.

3)      Un espíritu (v. 17): la unión con Cristo = = la unión más próxima e íntima posible.

 

            No hay espacio aquí para desarrollar este pa­saje con más detalle.

El objetivo revelado de Dios para un marido y una esposa es el pasar a ser uno en todas las áreas de su relación: intelectual, emocional y físicamen­te. El Pacto de Compañía tiene por objeto cubrir esta necesidad.

            Hoy, la gente por todas partes trata de estable­cer otras formas de relaciones íntimas y abiertas. El Pacto de Compañía está planeado para llenar esta necesidad, y es el único que puede hacerlo.

            Los maratones de fin de semana, las sesiones de terapia de grupo, etc., no van a realizar la tarea. Dios ha ordenado el matrimonio para este propó­sito; los sustitutos humanos van a fracasar. Como el matrimonio está fallando, la gente trata (en vano) de hallar satisfacción en otras partes.

            En el versículo 25 Moisés se refiere a la desnu­dez sin avergonzarse. Esto también ha sido inter­pretado sexualmente (equivocadamente). La ver­güenza tiene que ver con el pecado; como Adán y Eva carecían de pecado, no tenían de qué aver­gonzarse. Podía ser perfectamente abierto, transparente y vulnerable el uno respecto al otro.[14] No tenían nada que esconder. Éste es toda­vía el ideal del matrimonio: estar abierto sin te­mor o vergüenza. Dos personas que no tienen nada que esconder el uno del otro pueden ser to­talmente francos; no había necesidad de que nada se interpusiera entre ellos, ni aun el vestido. Estaban totalmente abiertos el uno para el otro. Los grupos terapéuticos de «apertura» o «para abrir­se» no van a satisfacer; sólo el matrimonio pro­porciona el escenario o fondo adecuado y correcto para la apertura o franqueza total. Cuando el ma­trimonio descansa sobre la verdad cristiana y es vigorizado por una vida cristiana, esto es posible. La verdad unifica, el amor enlaza, la esperanza orienta. Estos elementos permiten apertura o franqueza sin vergüenza.

            Una visión así del matrimonio muestra clara­mente que el matrimonio es mucho más que un apareamiento legalizado (apareamiento = un cuerpo; matrimonio = una carne). La compañía o compañerismo es lo que diferencia las cosas. En el aconsejar matrimonial, pues, el consejero cris­tiano no tiene vacilaciones acerca de sus objeti­vos. Sabe que para glorificar a Dios tiene que de­sarrollar y fomentar un compañerismo más pro­fundo entre marido y esposa. De esta forma, el matrimonio vuelve a empezar a aproximarse a los ideales establecidos por Dios en Génesis 2.

 

NOTA

 

En los tiempos bíblicos un matrimonio no necesitaba apro­bación o certificación por el Estado, como ocurre hoy día en nuestra sociedad. En los tiempos bíblicos los contratos eran redactados y firmados por los interesados con testigos, y po­dían ser usados, si era necesario, como documentos legales. Hemos de distinguir entre los llamados «matrimonios de prueba» y «matrimonios de conveniencia» del matrimonio verdadero, bíblico. Dos estudiantes de college que viven en la misma habitación durante el semestre, o hasta su gradua­ción, no están casados; están cometiendo fornicación. No ha habido contrato —verbal o de ningún tipo (no ha habido ju­ramento o promesa de votos)—, de modo que no hay matri­monio Por otra parte, pueden ocurrir y ocurren matrimo­nios irregulares. Si un hombre y una mujer, que han ido a parar a una isla desierta, se hacen votos el uno al otro, están casados, por más que no haya aprobación del Estado. Sin embargo, los cristianos que respetan la ley, cuando son res­catados, deben regularizar inmediatamente su relación, pi­diendo al capitán del barco que realice la ceremonia de casamiento requerida por el Estado. El punto que hay que aclarar en todos los casos de «matrimonio» irregulares es si hay algún acuerdo (verbal o de otra clase) hecho por las par­tes interesadas. Una esposa (según Malaquías 2:14) es una «esposa por pacto». Este factor se aplica también a todos los llamados «matrimonios consensuales» (vida en común).

 



[1] Versículo 10. Incidentalmente, según 1.a Corintios 9:5, todos ellos se casaron.

 

[2] Muchos cristianos solteros están tristes y solitarios porque no han verificado sus dones para decidir si se les ha concedido o no el don especial del servicio como solteros en el reino de Cristo. Uno puede decidir esto aplicando las prue­bas de Mateo 19 y 1.a Corintios 7:8, 9. Tiene que verificar si:

1) toda una vida de abstinencia sexual es una posibilidad, y

2) si encuentra satisfacción y compañía en la obra del reino de Dios (cuando uno no hace nada especial en el reino, y si­gue su propia «carrera», no puede saber, o esperar hallar, la respuesta a su soledad. El don tiene que ser ejercido para Dios).

[3] Es posible (pero no probable) que Pablo hubiera sido casado durante un tiempo. Pero, sin duda, en el momento en que escribió 1 .a Corintios no lo era. Podría haber sido viudo o su esposa podría haberle dejado (e incluso ser divorciado) por haberse convertido al Cristianismo.

 

[4] Ver también el versículo 29.

[5] Extraña (o extranjera), aplicado aquí a una mujer equivale a adúltera. Se la llamaba extranjera porque ni las prostitutas ni las adúlteras tenían lugar en Israel.

 

[6] Las palabras para compañía, compañerismo, son usa­das de modo intercambiable, como indica su uso en la cons­trucción paralela en Miqueas 7:5.

[7] El que se celebrara el matrimonio en estos casos, que­daba a discreción del padre, según el pasaje más detallado de Éxodo 22:16, 17. Sin duda, se tenían en cuenta los deseos de la joven.

[8] Probablemente también en los vv. 20, 24, la traduc­ción debería decir «toma a María, tu esposa» y «tomó a Ma­ría, su esposa», en vez de «María como su esposa».

[9] Lo que los hombres puede que llamen blandura, Dios podía llamarlo dureza, si era una dureza de corazón hacia las leyes y mandatos de Dios. Pero esta explicación no parece muy probable.

[10] La palabra usada en Rut indicando capa, y en Eze-quiel, manto, significa también «ala». La idea de un ala pro­tectora es común (Salmo 36:7; Éxodo 25:20). En el compro­miso, la muchacha pasaba a estar bajo el cuidado e interés protector del muchacho.

[11] Parece que los votos eran hechos en el compromiso.

[12] Véase Every day Life in Bible Times (National Geo-graphic Society, n.p., 1967), pp. 305, 306. Ver también el Tal­mud, Kethuboth 57.

[13] Los contratos de matrimonio griegos durante el pe­ríodo del Nuevo Testamento eran todavía más formales. Ver Hunt y Edgar; Select Papyri (Cambridge, Mass., Harvard Un. Press, 1970), vol. I, pp. 2-23. Estos contratos —es interesante notar— especificaban los particulares de un posible divorcio.

 

[14] Ver Hebreos 4:13: «Y no hay cosa creada que no esté oculta de su vista; antes bien, todas las cosas están desnudas y descubiertas (vulnerables) a los ojos de aquel a quien tene­mos que dar cuenta.

 


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